Por: La Mochila, revista educativa
“Los chicos estaban cansados de los deportes de siempre: baloncesto, voleibol, microfutbol, etc.”, recuerda Dagoberto Rodríguez, maestro de Educación Física. “Un estudiante de décimo propuso hacer algo distinto en las clases. “Era el año 2016, mis hijos practicaban en la Liga de Tiro de Bogotá y este fue el momento de la epifanía”, —añade al tiempo que se hunde en sus recuerdos—.
Desde entonces, algunos estudiantes cambiaron los balones por el arco y la flecha. La etapa embrionaria de este deporte olímpico en la Institución Educativa Distrital Bravo Páez, ubicada al sur de la ciudad, no fue más que un conjunto de iniciativas y emociones anudadas con un tubo PVC, una cuerda y mucha creatividad, pero en la medida que fueron avanzando los días, el maestro Dagoberto Rodríguez diseñó su propio arco, al que luego de llevarlo a la pila bautismal, le llamó “Bravo Páez” y creó tres modalidades: Básico por iniciación, intermedio con cuña e intermedio con dos cuñas. Esta última dirigida a los estudiantes de Básica Secundaria.


Más allá de la innovación técnica, la apuesta del maestro Rodríguez siempre ha sido pedagógica: aprender haciendo, de lo fácil a lo difícil, de lo suave a lo fuerte. Para él, el arco no es solo un instrumento deportivo, sino un pretexto para educar en habilidades como la atención, la concentración, el pensamiento crítico y la toma de decisiones. Aunque es consciente de que la arquería es un deporte altamente técnico y costoso, pues un arco profesional puede costar entre 8 y 35 millones de pesos, sin contar las flechas y otros accesorios, “pero la barrera económica se convirtió en una oportunidad. No porque seamos un colegio de estrato 1 o 2 y una institución educativa pública significa que no podamos acceder al conocimiento”, —afirma con la sabiduría que le han otorgado los años—.
Los resultados saltan a la vista: hoy, cerca de 60 estudiantes participan activamente en el proyecto. Este se ha convertido en una alternativa inclusiva y accesible en un contexto donde los recursos suelen ser limitados. Recuerda que hace algunos años uno de sus estudiantes obtuvo la medalla de bronces con un arco no tan sofisticado como el que tenían otros de los competidores. También recuerda, con el brillo en los ojos de aquellos que se alegran con los triunfos de los otros, que un buen día, perdido en el tiempo, cruzó la ciudad de sur a norte con sus estudiantes y descubrió en sus rostros la maravilla del asombro, pues “Muchos de ellos nunca habían ido más allá de la calle 63. Verlos descubrir que Bogotá es más amplia de lo que conocían, fue tan significativo como el torneo mismo en el que luego participamos”, —dice muy emocionado—.
Dagoberto Rodríguez entiende que el tiro con arco es una metáfora para que sus estudiantes aprendan a observar, corregir, aprender del error, tomar decisiones rápidas y enfocarse en sus propios objetivos. “El muchacho que no cuestiona va a terminar mal. Lo que le enseñamos con el arco es que todo es posible si se quiere y si se trabaja. No importa la condición económica: uno puede construir su propio camino” —agrega con voz tierna—.
A lo largo de una década, el tiro con arco escolar en el colegio Bravo Páez ha servido para comprender, de otra manera, la Educación Física. La iniciativa del maestro Dagoberto Rodríguez combina creatividad, disciplina, inclusión y pensamiento crítico, además, abre otros horizontes aún inimaginados. “Yo no formo arqueros. Formo personas que piensen en su futuro. Que entienden que pueden mejorar si se lo proponen. El arco es solo un pretexto para aprender a apuntar en a la vida de la misma manera que apuntamos con cada meta que nos proponemos” —dice mientras toma una bocanada de aire fresco—.



