Sofía y la diosa del agua

Por: Danna Valentina Bohórquez*

Sofía era una niña muy curiosa que le gustaba mucho el agua. Disfrutaba escuchando como la lluvia golpeaba su ventana, saltar en los charcos durante los días nublados y nadar en los ríos durante sus visitas al campo junto con su abuelo. Él siempre le decía que el agua era un tesoro valioso que necesitaba ser preservado y cuidado, aunque por aquel tiempo no entendía el sentido de sus palabras, así fue como ella aprendió el amor por el agua, el gusto por los manantiales y la curiosidad por los páramos.

En sus últimas vacaciones los dos visitaron el páramo de Chingaza. Mientras Sofía corría alegremente por las orillas de la laguna de Chuza, se dio cuenta de que sus niveles de agua estaban muy por debajo con relación a la última vez que la visitó. La tierra agrietada y reseca hizo que su rostro se frunciera de preocupación.

—Abuelo, ¿Por qué se ha ido el agua? —dijo sorprendida.

El abuelo dirigió su mirada hacia el horizonte, su rostro entristeció mientras sus ojos se aguaron.

—Hija, hace mucho tiempo no llueve en el páramo. Los bogotanos la desperdician y consumen más de lo que necesitan. El agua no es un recurso ilimitado, Sofía. Si no la cuidamos, podría desaparecer.

— ¿Por qué no llueve, abuelo?

El hombre volvió a mirar al horizonte con la misma tristeza, tomó una bocanada de aire seco y respiró profundo. —¡Hoy tampoco va a llover! —dijo desconsolado.

Esa noche, en su cama, las palabras del abuelo resonaban en la mente de Sofía. Estaba a punto de cerrar los ojos cuando una brisa fría entró por la ventana e iluminó su habitación con un resplandor azulado. Ante ella apareció una figura alta, con largos cabellos oscuros, estaba vestida como si estuviera hecha de agua. En su frente brillaba una gota mucho más luminosa.

— ¿Quién eres? —dijo con asombro.

—Soy Sie, la diosa del agua —dijo con una voz suave. He cuidado los ríos, lagos, lagunas y manantiales durante siglos, pero los humanos han olvidado su valor. Si siguen desperdiciando el agua, todo manantial va a desaparecer.

— ¡Terrible! No quiero que eso pase —murmuró. ¿Cómo puedo ayudar?

Sie extendió su mano haciendo que una pequeña gota de agua luminosa flotará hacia Sofía.

—Lleva este mensaje a todas las personas que conozcas. Enséñales a cuidar el agua y  hacer buen uso de ella. Es muy sencillo. Al día siguiente, Sofía se despertó decidida a cumplir con la tarea que la diosa le había encomendado. Lo primero que hizo de regreso a Bogotá, fue hablar con su familia:

—Debemos cerrar el grifo cuando nos cepillamos los dientes, utilizar la menor cantidad de agua posible al lavar los platos y al momento de bañarnos, reutilizar el agua de la lavadora y a ahorrar toda la electricidad que se pueda, pues cada gota cuenta. Su madre y su hermano se comprometieron con estas iniciativas.

En la escuela creó una campaña para ahorrar agua, elaboró unos carteles con el anuncio: «Cuidado con cada gota» y animó a sus amigos a llevar este  mensaje a sus casas. Al principio, algunos no tomaron en serio las iniciativas de Sofía, pero ella no se rindió. Con el tiempo logró que su familia, vecinos y sus compañeros de clases cambiaran sus costumbres frente al uso del agua.

Los vecinos recogían agua lluvia, reparaban las fugas y utilizaban el agua de manera más responsable. Tiempo después, escuchó en la televisión que el consumo de agua en la ciudad empezaba a disminuir, aunque seguía sin llover en el páramo de Chingaza.

Un buen día, mientras caminaba de regreso a casa, Sofía sintió en su rostro una gota fría, luego sintió otra y otra y otra… Estas fueron el presagio del torrencial aguacero que caería más tarde sobre la ciudad. Al anochecer, mientras cenaba con su familia, le escuchó decir a su madre que el abuelo estaba resfriado porque hacía muchos días no dejaba de llover en el campo y en el páramo.

Esa noche soñó con la laguna de Chuza. Sobre sus aguas frías vio aparecer la silueta de Sie sonriéndole. Luego desapareció. Sofía había cumplido con la misión que le había encomendado la diosa y entendió por qué el agua era un tesoro.

*Estudiante del Colegio Alfonso Reyes Echandía IED.

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